La importancia de ser padre
A propósito del día del padre, creo que una manera de honrarlo es reconociendo el legado que él ha dejado en cada uno de nosotros. Por esta razón los invito a que piensen en esta pregunta: ¿Qué ha aprendido Usted de su padre?. También les comparto algunas recomendaciones para los papás de hoy. Lo que yo aprendí del mío es un optimismo a prueba de toda adversidad y una inmensa generosidad y capacidad para servir a otros; valores que confío haber transmitido también a mis hijos.
Ser padre, aunque a veces parezca difícil, se puede convertir en una experiencia muy placentera y gratificante que parte de reconocer la gran influencia que tiene su presencia activa y constante en el desarrollo físico y emocional de los niños y jóvenes y la importancia de establecer un vínculo sólido de afecto, comunicación y cercanía entre padres e hijos.
La paternidad es algo que se construye día a día. Esto significa que con un poco de voluntad, mucho amor y otro tanto de paciencia, es posible aprender a ser unos buenos padres. No se tiene un manual de cómo serlo debajo del brazo y mucho menos en estos tiempos. Pero algunas actitudes contribuyen a este propósito:
– Ser una autoridad firme, constante y comprensiva, lo que se traduce en establecer límites, resolver a tiempo los problemas, evitar los castigos físicos y las recompensas permanentes (no solucionarlo todo con regalos o dinero) y dar ejemplo de las actitudes y valores que se quieren formar. Es ser una guía y control para los hijos, pero dentro de una relación basada en el respeto.
– Compartir con los hijos, jugar con ellos, hacer deporte, conversar, hacer chistes, son actividades que todos los niños disfrutan con sus padres y que además, los hace sentir que el papá no solo es alguien distante que llega agotado de trabajar y al que solo hay que rendirle cuentas de cómo se comportan durante el día.
– El amor de un padre a su hijo se expresa a través de muchas maneras: mostrar interés permanente en conocerlos, ser sensible a sus necesidades emocionales; exigirle lo esperado para su edad y personalidad, estimularlo a mejorar, a tener metas y a esforzarse por alcanzarlas, aceptar que se puede equivocar y confiar en lo que el niño o joven elija.
– Compartir con los hijos no es necesariamente salir de paseo, pasar interminables jornadas en el centro comercial, ir al cine o estar todo el día en la calle con ellos. Los buenos momentos en casa dejan en ellos huellas imborrables. Una simple sonrisa, una palabra, una palmadita de aprobación en la espalda o un abrazo tienen el poder de transmitir reconocimiento, atención y afecto.
– Ser un modelo digno de imitar. Los niños perciben a través de su comportamiento cómo tratar a los demás, cómo enfrentar los problemas y frustraciones, si actúa con dignidad etc. El padre es el primer referente masculino que tienen los hijos. Cuando esta identificación es adecuada, tanto los niños, como las niñas tienen mayores posibilidades de estructurar plenamente su identidad y aprender cómo reaccionar, qué esperar y cómo tratar a las personas con las que se relacionan a lo largo de la vida.
En fin existen muchas razones para construir una relación de confianza, amor y cercanía entre padres e hijos, pero sobre todo que éstos últimos constituyen una fuente inmensa de disfrute y alegría que los padres no deberían perderse.
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