¿Por qué educamos?
La educación es una tarea tan familiar y evidente dentro de nuestra sociedad que raramente nos detenemos a considerar, en primer lugar, para qué educamos a los niños.
Si hiciésemos la pregunta, casi todo el mundo daría las siguientes razones: los niños necesitan alcanzar ciertas habilidades y conocimiento que los capaciten para ocupar su lugar en la sociedad moderna.
Otras razones incluirían la necesidad de aprender sobre la cultura y cultivar su mente. Los gobiernos se han ido interesando en involucrarse en la necesaria lista de conocimientos y de habilidades esenciales, y en prescribir por ley los niveles de competencia y su consecución.
Aconsejados por los académicos, a menudo prescriben el contenido de lo que habría de aprenderse.La educación Waldorf ve aún otra razón más básica del para qué hemos de educar los niños. Y eso se dirige hacia lo que es fundamentalmente humano dentro de nosotros.
El niño pequeño sigue sus instintos corporales, sus impulsos y compulsiones, la inteligencia de los cuales le impele interiormente a ponerse de pie, a encontrar el equilibrio, a desplazarse y a aprender el lenguaje.
Sin embargo, si estas fuerzas volitivas no encontrasen un ejemplo humano que imitar, los movimientos del niño no tendrían dirección y el proto-lenguaje nunca se transformaría en competencia sintáctica y lingüística plena.
Por medio de la imitación, las fuerzas volitivas dentro del niño se orientan de tal modo que aprenden a adoptar ritmos vitales, patrones de comportamiento, actitudes, maneras de ser y de pensar que liberan al individuo del reino puramente instintivo.
El niño en edad escolar ha de aplicar su voluntad al pensar, a la formación de la memoria, a formar los conceptos y a todas las importantes habilidades que necesita el ser humano.
¿Por qué entonces los niños no pueden hacerlo por la continua observación e imitación de lo que hace la gente mayor a su alrededor? Rudolf Steiner muestra la perspectiva de este aspecto, comparando al ser humano con los animales superiores:
En la medida en que pertenecemos al reino humano y no al reino animal, hemos de preguntarnos:
¿por qué educamos? ¿por qué los animales crecen para cumplir sus tareas sin necesidad de ser educado? ¿por qué los seres humanos no llegan a hacer lo que deberían hacer para la vida simplemente observando e imitando? ¿por qué el maestro o el educador ha de interferir en la vida del niño?
Estas son preguntas que acostumbran a permanecer sin respuesta, porque el tema parece totalmente obvio. Pero el hecho real es que entre los 7 y los 14 años del niño hemos de establecer la relación correcta entre el pensar y el querer (concebido este último como el impulso a la acción).
Si no se hace eso es posible que esta relación se malogre. En los animales, su pensar (que se parece al del sueño) y su impulso a la acción actúan coordinadamente.
Pero en el ser humano el pensar y el impulso a la acción no coinciden necesariamente, y por eso hemos de educar. En los animales esta interacción es una actividad natural. En el ser humano ha de convertirse en una actividad ética.
Los seres humanos pueden convertirse en seres éticos porque aquí en la Tierra tienen la oportunidad de introducir el pensar en el impulso a actuar (o impulso volitivo) que llevan dentro.
El carácter global del ser humano- en la medida en que sale de dentro- se fundamente en el establecimiento de la armonía apropiada entre el pensar y el impulso volitivo como resultado de los esfuerzos del mismo individuo.
Podemos ver, pues, que la propia actividad del niño es orientada, primero por medio de la imitación y después por la educación.
Fuente: Plan de estudios de la pedagogía Waldorf-Steiner, Tobias Richter