Tiempo de sembrar, tiempo de cosechar

Analú Castejón, Grade 8 Main Educator

Escribo este blog con el corazón lleno de alegría y de nostalgia.  Mi hijo mayor,  de veintidós años, quien estudia en Estados Unidos, regresó hoy a su casa en el extranjero después de haber pasado la temporada navideña en Guatemala.  Con lágrimas en los ojos cuento los meses que faltan para nuestro próximo encuentro, y con  una sonrisa de madre satisfecha me alegro porque sé que está feliz, que está siendo independiente y que está persiguiendo sus sueños.  

Cuando era pequeño solía decirle: “Todo es posible, vuela alto y lejos”.  El tiempo pasó muy rápido y  hoy mi hijo es un adolescente independiente.  Ha aprendido a viajar solo, trabaja y conoce el valor del dinero, estudia y ha alcanzado éxitos académicos y además se desenvuelve en roles de liderazgo en su universidad.   Hoy, me llena de satisfacción y agradecimiento ver que estoy cosechando lo que con esfuerzo sembré durante sus años escolares.  Mi hijo está volando alto.  

Como madre y educadora especializada en pedagogía Waldorf veo en mi hijo a un joven adulto que como muchos ha llegado a una etapa de dar frutos y recuerdo la época de la niñez o de la adolescencia en la que tenía dudas y me hacía preguntas como: “¿Estaré haciendo bien mi trabajo?”, “Quizás necesito estar más tiempo con él”,  “Espero que algún día aprenda el valor del dinero”, “Quizás necesite más apoyo”, “¿Cuándo irá a aprender?”.

Como educadora escucho con frecuencia a madres y a padres de familia preocupados porque “no ven cambios en sus hijos” o porque “sienten que sus acciones no dan frutos con la rapidez que quisieran”. A ustedes, padres y madres de familia, quiero decirles: tengan paciencia, las semillas que están sembrando y abonando hoy con sus acciones y con su ejemplo, darán frutos.  El tiempo invertido en participar en actividades en el colegio, en conversar con sus hijos sobre su día, en llevar a los hijos a clases extracurriculares, el tiempo en el tráfico, conversando con ellos sobre sus ideas, el esfuerzo de compartir con ellos una serie o una película que muchas veces como adultos no nos parece entretenida, el ejemplo que les dan siendo mujeres y hombres trabajadores, congruentes y responsables son todas muestras  del amor que sienten por sus hijos  y de  que quieren lo mejor para ellos. Y aunque a veces ellos parecen no apreciar nuestras acciones, nuestros hijos nos observan todo el tiempo, y el ejemplo que les damos cada día es una luz en su camino.

Los exhorto a que seamos pacientes, hay un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar.   Cada ser humano es diferente y al igual que cada planta única requiere diferentes nutrientes y tiene diferentes tiempos de germinación, nuestros hijos tienen necesidades diversas y madurarán y darán su fruto único, cada uno en su propio tiempo, que será el tiempo perfecto. 

Mientras eso sucede, presenciamos con alegría y agradecimiento el milagro que es su crecimiento, las alegrías del día día, las risas, los  pequeños cambios que van teniendo y que los van convirtiendo en seres cada vez más independientes y cada vez más auténticos, pues son ya una expresión de su individualidad y no una copia de nosotros como padres.  

“We must see that the children grow slowly into the outer world and not let them do it too rapidly”. – Rudolf Steiner 

Este es el tiempo de sembrar.  Hagámoslo con la seguridad de que estamos haciendo un buen trabajo. Recordemos que cada muestra de amor y dedicación dejará una huella en sus corazones. Guiémoslos hacia su propia autenticidad y permitamos que se conviertan en seres únicos capaces de expresar su individualidad.  Nuestros hijos son nuestro legado y, a medida que florecen en su singularidad, nos regalan la mayor satisfacción como padres y educadores.

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